Había una vez una elefante llamada Sali. Era muy tierna y simpática, pero también era algo nerviosa. Siempre estaba asustada de que algo malo le pasara, aunque nada malo había sucedido antes. Sali vivía en el bosque con su madre, quien la protegía siempre y siempre se ocupaba de ella como si fuera un bebé.
Sali adoraba a su madre, y todos los días recibía muchos mimos de parte de ella. Sin embargo, cuando llegó el momento para que saliera sola por primera vez no estaba muy contenta por ello -ella quería quedarse con su madre, pero sabia que tenia que aprender a ser independiente-. Cuando finalmente decidió salir sola por primera vez estaba temblando de miedo. Se esforzó por mantener la calma y fue caminando lentamente hasta toparse con un río hermoso rodeado de árboles frondosos. Allí paró para mirar las aguas cristalinas que corrían placenteramente entre los troncos verdes; estuvo allí observándolo durante largos minutos hasta que escuchó algo extraño en la distancia: ¡eran otros elefantes! Estaban bañándose tranquilamente en el río y les encantaba divertirse juntos jugando bajo el agua. Al principio Sali se asustó muchísimo -su madre le había dicho cosas sobre los peligros del mundo exterior- , pero sin embargo sus ganas de hacer amigos eran mayores si cabe .
Así pues tomó valor y se acercó despacio hasta ellos preguntado tímidamente si podía jugar también con ellos . Los otros elefantes la recibieron con gusto, mostrándole como divertirse dentro del agua. Finalmente Sali se sumergió completamente en las aguas refrescantes del rio, disfrutando junto a sus nuevos amigos.
Desde aquel día Sali nunca volvió a temer salir sola para explorar el mundo exterior: Ella había encontrado finalmente lo que necesitaba : Amigos que compartían sus mismos intereses…